lunes, 2 de agosto de 2010

            Videla y Menéndez Enjuciados en Córdoba            

            Borges y la Dictadura Militar.           
   Borges: Libros y alpargatas. Por Enrique Asbert (*)   
Articulo publicado dia 23 de mayo de 2006, Diario la Mañana de Córdoba.



    A lo largo del mes pasado, en la recientemente finalizada Feria del Libro de Buenos Aires, se realizaron varios homenajes a Jorge Luis Borges y también se presentó oficialmente la nueva edición de sus Obras Completas. Este lanzamiento no pudo menos que recordarme mi primer contacto con esos textos y las impresiones encontradas que su lectura me produjo, pues contribuyó a modificar muchas de las ideas -algunas injustificadamente preconcebidas- que tenía sobre su autor.
    Un lugar común entre los jóvenes nacionalistas de los años 60 era el descalificar la obra de Borges partiendo de una visión dogmática que anteponía su acérrimo antiperonismo y su desdén por lo hispano a la calidad literaria de sus textos. Para quienes, como yo, disfrutaban de los estiletazos que Hernández Arregui en su “Imperialismo y Cultura” descargaba magistralmente contra aquel “gorila pro inglés y pro militarista”, Borges, que se autodefinía como “anarquista liberal”, encarnaba uno de los mejores ejemplos de los intelectuales argentinos que servían a los intereses antinacionales y antipopulares, justificando aquella opción por las alpargatas frente a los libros, aunque, y debo reconocerlo, urgido por la juventud e inmerso en el vértigo de la militancia, por esa época sólo había leído “Funes el memorioso” y “Emma Zunz”.

Visiones simplistas


     Poco había de sorprenderme entonces cuando, ya en el ´76, detenido sin causa judicial y a disposición del poder dictatorial fui trasladado al penal de Sierra Chica, donde pude enterarme -a través de los familiares y de la hoja suelta de una revista que, gracias a la obsecuencia de los censores había transpuesto los controles, pues traía impresa una foto de Videla-, de que Borges, Sábato, Castellani y otros, habían almorzado con el dictador y que, a la salida, Borges se mostró -como también lo hizo el autor de “El Túnel”- muy entusiasmado con ese nuevo gobierno de los militares entre los que Videla era, particularmente, “todo un caballero”.
    Esto pareció confirmarme aquella visión simplista y aun adolescente de la humanidad dividida en héroes y villanos, ángeles y demonios, que luego la vida -y también en parte el propio Borges- me llevó a modificar, mostrando que en cada uno de los hombres subyace esa dualidad inherente a la condición humana, que no exime de responsabilidades por los actos pero acerca antinomias y explica actitudes.
    Tiempo después, una entrevista de 1983 de la revista española “Espéculos” nos arrimaba a un Borges de visión diametralmente opuesta: “A pesar de todo -decía-, pienso que ahora tenemos derecho a la esperanza, mejor dicho, tenemos el deber de la esperanza. Basta con recordar los últimos años: hambre, persecución, torturas y desaparecidos, falta de trabajo, endeudamiento del Estado, opresión y hasta una guerra: ¡Esto es lo que han hecho los militares! Claro, si alguien se ha pasado la vida en los cuarteles, no hay ninguna razón para que sepa gobernar”.
    ¿Había cambiado realmente su opinión respecto del gobierno militar? ¿O se trataba de uno de sus juegos favoritos, el de encarnar a su propio doble, su sosías, el doppelgänger que, según el propio escritor, era quien dominaba la mano que escribía su obra? ¿Sería simple oportunismo o peor aún, su motivación obedecía a ver su admirada sangre anglosajona derramada en esa guerra del Atlántico Sur emprendida por los dictadores?
Desde otro de mis recuerdos de la época de mi detención en Sierra Chica, intento situar al hombre Borges.
    Entre los libros a los que podíamos acceder mediante su donación a la biblioteca del penal se encontraban dos ejemplares de sus Obras Completas. Me acuerdo muy bien de esos dos libros, con su enorme volumen, sus tapas enteladas en verde, y una foto del autor en la sobrecubierta. Fue allí que pude leer casi toda su obra y acceder a sus poemas, que aún no había leído. Quizá debería decir que mi caso no fue el único, ya que muchos compañeros también conocieron a Borges a través de esos dos ejemplares.
En 1979, una madre intentó ingresar un tercer ejemplar, pero para su sorpresa, fue rechazado con la observación de que se trataba de una “lectura no conveniente” para los detenidos políticos. El asunto podía haber terminado allí, muy simplemente, pero el espíritu resistente e inclaudicable que animaba a los familiares hizo que dos madres se comunicaran con el censurado solicitándole una entrevista para hacerle saber lo sucedido. Borges las recibe un tiempo después y, con tono distante, muy a la defensiva pero con parca amabilidad, las escucha, se sorprende mucho por el rechazo, y les dice que es la primer noticia que tiene acerca de semejante censura por parte de las fuerzas armadas, quedando con ellas en que ha de hacer algunas averiguaciones confirmatorias del desatino o, en su caso, obtener la reparación del eventual error.
    Pocos días más tarde, son invitadas por el escritor a tomar una taza de té. Cuando las madres llegan a su austera vivienda, advierten un trato diferente de su parte. Las pone al tanto de lo que ha averiguado, y les dice que, efectivamente, y que aunque no haya trascendido al público, sus obras se encuentran entre las consideradas no aptas para ser leídas por los detenidos políticos. Inmediatamente, y como no podía ser de otra manera, hace un ácido comentario acerca de la ignorancia de los militares, diciendo que se trata de “hombres de caballería que en estas cosas de la cultura parece que andan a pie”. Luego se interesa por las condiciones de vida en la cárcel, la situación de sus hijos y de los demás detenidos y secuestrados. Al despedirse, les entrega cierta suma de dinero, diciéndoles que es un pequeño aporte para que ellas puedan seguir yendo a visitar a sus hijos. A partir de ese día, y si bien nunca fue un aportante regular, siempre y hasta la recuperación formal de la democracia, les hizo llegar sumas que no eran grandes, pero sí altamente solidarias, sobre todo viniendo de una figura como él.
    Al enterarme de ese hecho, realizado en el mayor silencio y al margen de toda trascendencia, comencé a reconciliarme con el hombre y a pensar en ese “otro” Borges. Así, al conocer la noticia de su muerte y su decisión de ser sepultado en Ginebra, no pude dejar de sentir una suerte de íntimo pesar, y fue en ese momento en que me dije que, si alguna vez volvía a Europa, no debería dejar de visitar su tumba.
    Como lector, debo confesar finalmente que pese al asombro estético que algunos de sus textos, poemas y metáforas siguen produciéndome, su manejo pulido y artesanal de la palabra no logra conmoverme como hombre. Borges talla su obra en el frío mármol y puede producir algún escalofrío estético, pero es otra lectura, la de la palabra enraizada, la del barro hecho ánfora para agua de vida, la que sigue sacudiendo al hombre todo, la que hace bullir la sangre e impulsa a seguir en la lucha por una patria mejor.


(*) Delegado Coordinador Regional de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación (2003-2007).
 

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