Videla y Menéndez Enjuciados en Córdoba
D2, Córdoba, Argentina, agosto 1975.
Articulo publicado dia 26 de Junio de 2006, Diario la Mañana de Córdoba.
¿Cuántas horas llevaba inconsciente desde que lo habían vuelto a arrojar allí?
¿Sería ya de mañana?
Había aprendido la rutina: durante el día ellos procesaban y controlaban la información que arrancaban a los prisioneros. Por la noche, era el momento de los interrogatorios.
Un estremecimiento lo recorrió.
Lenta y cuidadosamente comenzó a palpar todo su cuerpo. Al llegar a la entrepierna, las quemaduras en carne viva replicaron en ardor.
Enroscándose, como el feto que una vez había sido, se envolvió en la manta de sus brazos, mientras sentía, una a una, las ondas erizadas con que la piel de su espalda desnuda respondía a la gélida textura de la pared contra la que estaba apoyado.
¿Cuánto tiempo hacía que estaba allí?
¿No era demasiado si los mecanismos de seguridad y denuncia hubieran funcionado correctamente?
Se dejó arrastrar por la inercia del reconocerse desahuciado, y en la lobreguez cómplice buscó el sueño como forma de desorientarla.
Con la quietud, el terror, siempre latente como un fuego enterrado bajo el hielo, retornó inexorable.
¿Cuánto más soportaría?
La inmovilidad lo atenazaba con un frío que iba creciendo en ramas desde la parte baja de sus piernas.
Con lentitud, comenzó a incorporarse. Los tendones tiraban para cualquier lado, desmigajándolo, renovando uno a uno los dolores. Buscó ayudarse con la pa red, y sus manos recorrieron los resquicios mohosos, buscando asirse a ellos.
Distinguiéndose de las grietas azarosas, aquellas marcas parejas y ordenadas lo sorprendieron. Con las yemas de los dedos volvió sobre ellas, comenzando a descifrarlas.
Súbitamente, el ciego vacío se cubrió de lemas secretos. El descubrimiento lo revulsionó, y en el movimiento de sus entrañas sintió que la vida aún no lo había descartado.
El hombre tembló en un vértigo de comunión al reconocer algunos nombres. El militante comenzó a memorizar puntillosamente cada una de las escrituras apenas legibles en las raspaduras hechas con un ojo en la represalia.
Nombres, fechas, gritos clamantes de quienes se sentían ya exiliados de la vida. Deseos de perpetuarse en la memoria de quienes leyeran sus mensajes póstumos, breves réquiems en inscripciones de lápidas escritas por los propios muertos.
Con aquellas palabras retumbándole adentro, el quiebre de sus piernas le obligó a volver al helado suelo.
Dejó que su mente vagara por otra parte, girando en torno a un sueño inaccesible: escapar siendo invisible llevándose el secreto de las leyendas.
Una y otra vez regresó a ellas para asegurarse la literalidad severa.
Fue reconociendo el paso de las horas en el tañido de las campanas, sintiendo que el desamparo de las sombras le cubría. Su desnudez se vistió de una total oscuridad y la actividad en el corredor trajo la conciencia fatal del recomienzo.
Las voces con las preguntas exactas comenzaron a zumbar en su cabeza ocupándola por entero.
¿Cuánto de la falsedad de sus respuestas habría sido descubierto durante la tregua?
El miedo llenó el aire de una desesperación eléctrica cuando los pasos se detuvieron frente a la puerta. Recomponiéndose con esfuerzo, venció la tentación de buscar refugio en un rincón en el que hubiera sido igualmente alcanzable.
El metálico sonido del cerrojo estalló en sus sentidos.
Cerró los ojos, cegado por la luz, cubriendo instintivamente la cara con su brazo y con el ingreso tumultuoso, los gritos y golpes se adueñaron del lugar.
Cientos de agujas se clavaron en sus hombros cuando llevaron brutalmente los brazos a su espalda y tirando de ellos lo izaron oscilante.
La aspereza de la tela quemó sus mejillas al ser encapuchado y el olor de sudores rancios invadió sus fosas nasales. Entre nauseas reconoció, retumbando en sus oídos, esa voz lenta, de calmada y estudiada gravedad que remarcaba las eses, potenciando la crueldad.
-Esta noche te vas a portar bien, nos vas a decir todo... todo... ¿Sabés?
Con la certeza de que su espíritu había renacido en este tiempo, irguió la cabeza en un saludo altivo y, mirando siempre al frente, se dejó llevar.
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